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Relatos Cortos


Juego Sucio
Aquel día fue uno en el cual tenía que pensar en mí. No podía correr el riesgo de dejar con vida a mis colegas por más fieles que fueran.  Fue una decisión amarga que estuvo junto a mi cama toda la noche. Aunque traté de comerme el plato de la lealtad, al fin y al cabo, no pude enfrentar la traición que venía de frente a toda velocidad.



Esa noche se oscurecieron todos mis pensamientos. No había cabida para el amor de gánster.  Tampoco había cabida si tenían una familia que mantener. Sólo era yo contra la codicia y la avaricia de tener aquella plata a mi lado.  De poder, al fin, tener mi imperio y ser el más poderoso de Chicago, donde el que pisara, tendría que pedir la bendición como su nuevo capo. Porque yo me rehúso a las reglas de la mafia, del beso de Judas.  En mi juego no existen las reglas porque yo sería la regla, el látigo de la supervivencia, la bala sin pólvora, el diamante negro y más brillante de la ciudad.  Soy “The Demon”.



Al llegar la mañana, lo primero que encontré en mi celular fue un mensaje de Larry donde decía: “Hoy es el gran día, flaco.  Mickey salió de paseo a verificar la zona y el Manny fue en busca de los nuevos juguetes.  Así que espero que estés listo y no me hagas esperar. Atentamente, Larry”.


Antes de que llegara mi mano derecha, hice varias cosas en el apartamento.  Una de ellas fue llamar a mi madre y tener una pequeña plática agradable, de esas que se dan si acaso una vez cada año.  A ella le extrañó mucho mi llamada.  Sabía de ante mano que algo no cuadraba en mi tono de voz y no esperó ni un instante más para preguntar qué sucedía.


—Ey, no pasa nada madre—dije por encima de sus palabras.

— ¿Cómo que no pasa nada?  Si tú nunca me llamas a estas horas de la mañana.  ¿Qué sucede flaco?

—Madre, sólo te llamé porque estuve pensando mucho en ti anoche.  Sólo eso.

—Mira qué ironía.  Anoche también estuviste en mis recuerdos y luego me entró un sueño profundo y me quedé noqueada.  Salgo soñando que tú me mirabas detrás de un árbol seco, pero cuando traté de acercarme, tu rostro se entristeció y se llenó de lepra.

—Ja, ja, ja, ja.  Madre, esos son sólo sueños.  No les prestes atención.  Estoy mejor que nunca.

—No flaco, Dios habla en mis sueños y me muestra cómo estás. Ten cuidado con lo que haces porque el diablo es silencioso y cuando muerde envenena de una forma mortal.


Entonces, al escuchar todo ese sermón y darle la razón del supuesto Dios, ése que habla en los sueños, al fin pude encontrar una plática agradable con ella y la verdad era que me hacía tanta falta escuchar su voz ronca y su cantaleta que hasta me hizo llorar.  Pero ni modo, así era ella.


A las afueras estaba Larry tocando bocina como si quisiera despertar a todos los que vivían en el bloque.  Cuando me estoy acercando me grita sus palabrotas de siempre por hacerlo esperar sólo cinco minutos.


Al Larry poner el carro en marcha, apareció la policía. Seguramente se detuvieron por el manoteo que tenía Larry en el carro.  Nos preguntaron la misma ridiculez de siempre y terminaron registrando el vehículo.  No encontraron nada y por fin nos marchamos.



Durante el camino se me pegó un hambre inmensa, pues era obvio ya que en la noche no pude comer. Sólo pude planificar mi jugada, así que nos detuvimos en una pequeña cafetería donde vendían unos emparedados de pollo que nos gustaban a ambos.  Estuvimos media hora, no por culpa mía, sino por el trasero de Larry que se antojó de dar a luz.



Al fin, luego de un rato, llegamos a nuestro destino.  Ahí Larry me presentó a un sujeto gordo y calvo.  Para completar su bella imagen, estaba forrado de tatuajes y no era que nosotros fuéramos unos angelitos, pero hombre, lo único que tenía era dos alas negras en mi espalda y otra que cargaba encima del puño con el nombre “The Demon”, el cual me puso un viejo amigo llamado Bimbo, quien se fue de este mundo.



El sujeto sólo tenía los dos brazos forrados de carabelas y otras cosas más que a la verdad, no se le entendían para nada por su bello color.  No entendía cómo los negros se podían marcar con tanta tinta oscura, pero ni modo, cada cual hace lo que quiera con su cuerpo.



El gordo nos llevó a la parte de atrás de su mohosa casa que se quería caer en cantos.  De seguro tendría otra y esa la usaba para taparse de la policía.  Cosa que suena un poco ridícula pues su fachada no le ayudaba mucho.  El gordo abrió un garaje donde mostró una van negra que aseguró que tenía el motor y la transmisión reforzada.  En eso recibí una llamada de Mickey.  Me aparté de ambos y mientras iba platicando, me dirigí hacia la parte de al frente de la casa.  Le informé el lugar y no tardó mucho en aparecer.



Cuando se estacionó me hizo señas con su mano.  Fui y lo saludé como siempre y antes de soltar mi mano, me dijo:


— ¿Quién es el tipo que Larry consiguió?

—No tengo idea pero se hace llamar el “Pikachú”… ¿Por qué pones esa cara?

—Ya sabes como soy de desconfiado, pero no pasa nada.

—Noooo hombre, ven acá—le dije echándole el brazo en el hombro—. ¿Qué pasa, hay algo raro oooo tal vez un secretito que no sepa?

—Ja, ja, ja.  No sé…es que últimamente Larry ha estado un poco distanciado.  Se la pasa por estos sitios y aquí nos mataron a Bimbo.



Esas palabras hicieron que se me formara un taco en la garganta. De inmediato pasaron varios recuerdos por mi mente, pero el más que resaltó fue su risa jocosa.  Luego le dije:


—Hombre esa se las cobro, pero a su tiempo y por Larry, no te preocupes.  Él sabe que si planifica una traición y nos damos cuenta lo ponemos adentro de un ataúd vivito.



Mickey sacó el dinero y se lo entregó a Larry, el cual había aparecido justamente cuando dije mis últimas palabras.



Las horas pasaron y la hora verdadera había llegado.  Manny apareció con los juguetes.  Había traído unos rifles de asalto AK-47 y varios 9 mm.  Aparte de eso, nos suplió un bulto pequeño a cada uno con suficiente munición por si la policía asomaba sus narices. Manny regresó al punto B.  Se encargaría de sacarnos de la ciudad. Era el mejor conductor, por eso le tuve que rogar para que se uniera a nosotros.



Manny era un conductor profesional, pero su carrera se fue al vacío cuando enfrentó una terrible situación donde su esposa y su hijo perdieron la vida en un accidente automovilístico.  El impacto había sido tan duro en su vida que calló en las drogas donde se refugió por largos años y como el destino es tan y tan maravilloso, calló en las manos de Bimbo, quien lo sacó del hoyo.  Al Bimbo morir, se volvió a descontrolar y ahí tomé las cartas en el asunto. Nuevamente, lo limpié y lo presenté al mundo de nuevo.



Manny era trigueño con ojos verdes, de cuerpo muy fuerte y de cara muy débil. Por lo menos eso pintaba la primera vez que lo conocí.  Por lo visto, los años no lo ayudaron porque seguía con la cara de tonto.



La noche estaba a nuestro favor.  Daba ese resplandor que justamente necesitábamos para adentrarnos a la casa del capo de capo; el socio de Bimbo, un personaje muy respetado, un sujeto sin escrúpulos, un hombre listo y astuto en sus negocios, pero un maldito imbécil que con todo el dinero que tenía, nunca instaló cámaras de vigilancia.  Tampoco tenía hombres que le cubrieran la espalda.  De seguro era otro que no quería llamar la atención y justamente eso era lo que yo le iba a dar, una muy buena atención.


Al llegar a la residencia, fuimos al grano.  Mickey nos dejó en la ubicación exacta y luego fue a esperar la señal mía.  Así podíamos entrar.  Larry y yo teníamos que cruzar un pequeño monte para llegar a una montaña y después bajar hasta el final y cortar una verja.  Más al frente, se cortaría otra de la misma y a varios minutos estaríamos adentro.  Pero, todo eso se fue ajuste con mis bellos planes porque cuando llegamos a la montaña, el maldito de Larry me puso un rifle en la cabeza y al poco tiempo habló por su radio que traía escondido.  El desgraciado me llevó al piso y al poco tiempo apareció el degenerado de “Pikachú”.  Lo único que pude escuchar fue: “Buen trabajo, Larry”.  Entonces me dieron con la culata en la nuca y me dejaron noqueado.



Al otro día, estaban los gritos que parecían fuegos artificiales en todo ese lugar. De seguro mis colegas no la estaban pasando bien. La tortura era la esclava en sus cuerpos.  Me moví rápido hacia las rejas de acero y le grité a Larry que juraría acabar con su vida, pero esas palabras causaron una consecuencia que me gané por bocón porque apareció el “Pikachú” con varios hombres y me dieron una buena paliza.



Al poco tiempo ya tenía unas cadenas que fueron envueltas en mis manos atadas del techo y comenzaron a pegarme con un bate por las costillas como si fuera una piñata.  Con cada batazo que recibía, me recordaba de mi infancia y lo bueno que era con mi madre. Pero, al llegar a los doce, empecé a probar la calle y me volví un chico malo.  A los 17 ya había matado a dos sujetos que traicionaron a Bimbo.  Al primero le pegué un tiro en el ojo y al segundo lo hice pedazos a fuerza de balazos en un restaurante a plena luz del día.  Inmediatamente me convertí en un sujeto muy respetado en casi todo Chicago.



Después de esa paliza, me llevaron a una pared que ya había abrazado los cuerpos de mis amigos.  La sangre había pintado la misma y era mi turno de dar aquellos gritos tan espantosos que había escuchado hacía un rato.  Me sostuvieron por ambos brazos en lo que un tercero me taladraba los brazos para después ponerme un tornillo muy grueso.  Los minutos parecían atrasarse en el descanso que “Pikachú” decidió tomar, pero cuando regresó, me pareció ver al mismo diablo rencarnado en él.  Ahí comenzó la tortura.



Volví y miré al gordo quien esta vez sostenía un látigo bastante largo con adornos de carabelas que le guindaban por donde quiera. De repente levantó su mano y el látigo hizo su trabajo con mi cuerpo.  No lo puedo negar, había pensado que podía resistir al látigo, pero cuando abrazó mi cuerpo flaco y las carabelas se hicieron pedazos, mis gritos tuvieron que estremecer el cielo.  Las navajas afiladas hacían estrago con mi carne y lo único que quería era morirme de inmediato.  Sin embargo, pareciera que la muerte no quería cuentas conmigo.  Es más, parecía como si el mismo Dios me estuviera castigando por todo lo malo que hice.



De repente se detuvo y caminó hacia afuera.  Entonces me acordé de aquellas imágenes que una sola vez vi en la película de Jesús donde presentaron su cara y todo su cuerpo lastimado.  En aquel entonces me reí y le dije a mi madre que no era para tanto, que no tenía que llorar por alguien que ni siquiera ve ni se siente; ni siquiera ayuda a las personas como dicen los cristianos.


Me reí sin fuerzas, sólo para mí y me dije entre dientes: “Si es verdad que existes, ven y líbrame de este gordo fastidioso”.  Pero, no sucedió nada.  “¿Ves que no eres tan poderoso como dicen?  Yo soy más poderoso que Tú” me dije en mi mente y me desmayé.



Al día siguiente estábamos montados en la parte trasera de una van amarrados con cadenas como si fuéramos los peores seres humanos que existieran en la tierra. Los cuatro estábamos muy, pero muy lastimados y apestosos a orín y excremento ya que los miserables no fueron capaz de darnos un pequeño baño.



Sentí como la guagua se detuvo y al abrir las puertas nos arrojaron a la tierra.  Miré al desgraciado de Larry.  El miserable estaba completamente desbaratado y casi ni se movía.  Sus ojos cerrados, su boca abierta besando la tierra.  Volví a voltear mi cabeza y miré a Mickey y lo llamé.  De inmediato abrió sus ojos con mucha dificultad.  Me dio una sonrisa ciega.  Sus dientes habían desaparecido y me dijo todo enredado, como si estuviera borracho:


—Te lo dije que Larry estaba…

Sólo esas fueron sus palabras y yo las terminé:

—Traicionándonos.



Luego miré a Manny.  Lo llamé, pero no se inmutó en moverse. Parecía como si ya la muerte se lo hubiese tragado.  Dije entre mis pensamientos: “¡Qué afortunado eres!  La condenada no me llegó a mí”.  Entonces le dije a Larry:


—Eres lo peor que se ha cruzado en mi camino.

Larry se rio y me dijo:

—Tú y yo estamos hechos de la misma basura.  Si no lo hacía yo, tú ibas a querer todo el dinero, ¿o no?



En verdad no sé de dónde saqué fuerzas, pero me reí a carcajadas. Risa que se sentía como si un camión me pasara por encima. Cuando al fin me puse serio, le confesé:


—Tienes razón, iba a jugárselas.  Pero la única diferencia era que yo te iba a enviar derechito al infierno y no ibas a coger tremenda paliza.  Gracias a ti mis planes se fueron al vacío.

—Lo ves, somos como los testículos del león, inseparables.  Unidos con el león hasta la muerte.  Ja, ja, ja.



Y esas fueron las últimas palabras que tuve con Larry porque luego nos llevaron frente al hombre poderoso que íbamos a dejar en la ruina.  Nos sentaron en unas sillas de colegio.  La sala estaba llena de personas adineradas y frente a nosotros había cuatro capos sentados en sus tronos.  El del norte, el del sur, el del este, y el del oeste.  El del oeste era mi hombre, el jefe de Bimbo.  Era el más poderoso y era quien decidía lo que se iba a hacer.



Se bajó de su trono y caminó frente a nosotros.  Nos miró con una mirada endemoniada y expresó en voz alta:

—Estos cuatros candidatos son muy privilegiados al estar en nuestras manos. Serán aplicados a nuestras maravillosas reglas. Serán moldeados para que vayan a su encuentro con la muerte que es nuestra esposa, nuestra esclava.  Ella hará que su cuerpo arda en la lava del infierno por el mero hecho de atreverse a cruzar una línea poderosa que ningún hombre, en la vida, debería atreverse a cruzar.  ¡Pero noooo!  Ellos se llenaron de valentía y la ambición, la codicia, y la avaricia se apoderaron de sus corazones.  Es hora de liberarlos.



Sé que me quedaba poco, pero al fin y al cabo, mi destino se había aclarado. Siempre me pregunté de qué manera iba a morir y mi bella mente me traía recuerdos de unos disparos en la calle.  Pero tío vamos, esto era otra cosa.  Era como si estuviera en el infierno, ése que mi madre hablaba, del apocalipsis.  Lo estaba viviendo en carne propia y de momento, el sujeto dejó de hablar en lo que se llevaban a Manny.



Inmediatamente se encendieron los televisores y Manny fue llevado a la parte de afuera donde le pusieron un cinturón y una cadena que la sostenía una grúa. Cuando la misma lo levantó, acomodaron un dron lleno de ácido donde Manny iba a coger un baño muy doloroso.  En la sala todos reían como si fuera uno de los espectáculos más codiciados por el público.


De repente se levantó el capo del norte y aplaudió y dijo:

—Ratas como esas son las que hacen que este negocio vaya cada vez mejor.  Así que saquen sus celulares y graben esa escena y pongan en el título del vídeo que nadie se mete con el del norte.

Clausurando sus palabras, dio la orden…



Manny lentamente fue sometido al dron donde dejó sus últimos gritos.  Luego prosiguieron con Mickey.  Éste se libró del dron con ácido, pero su tortura iba a ser peor, o quién sabe si menos dolorosa.  De cualquier forma, me había librado de semejante sufrimiento y para mí eso era importante porque pensé que a lo mejor me darían un tiro en la cabeza.  O tal vez, me perdonarían la vida por ser socio de Bimbo.



Entonces, el capo del este ordenó a traer una máquina pesada.  De esas que se usan para aplastar la brea de las carreteras.  Mickey gritó y dijo que juraría acabar con ellos en la otra vida.  Amenaza que me pareció patética porque cómo es posible que un muerto acabe con un vivo.  Es imposible o al menos que se convierta en un demonio del apocalipsis.



Bueno, lo siento Mickey y ahora prosiguen con Larry.  En el caso del desgraciado amigo mío se produjo un silencio en donde el capo del oeste rompió con su sermón:


—Hoy es un gran día para todos nosotros.  Queremos ser agradecidos con ese personaje que ven ahí sentado atemorizado como si le fuera a pasar una tragedia. Y esas caras no me gustan, pero antes que le demos el regalito quiero nombrarte por el mejor nombre que la humanidad se haya inventado.  ¡Judas!


Con esas palabras, todo el lugar se estremeció con gritos y todos mencionaban el nombre de Judas.  Me reí y le dije a Larry:


—Mira qué bello nombre te has ganado.  A ver quién tiene la mejor muerte, tú o el hombre verdadero.

—Es lo que somos, una humanidad malvada.  Lista para devorarnos como leones entre nosotros mismos.  Nacimos en este mundo con un solo propósito y es hacer el mal porque está en nuestra naturaleza.  Así que lo que tiene que pasar es porque ya está escrito, ¿o acaso crees que el tal llamado Judas no fue escogido por el mismo Dios, maldito imbécil?

—Ja, ja, ja.  No me hables del tal Dios ese que acabas de mencionar porque me tiene sin cuidado su nombre y toda su historia.  Gracias a Él recibiré una desgarradora muerte. Sabes Larry, anoche mientras me torturaban, le pedí que me librara de “Pikachú” y mira ahora dónde me ha traído delante de estas víboras…Así que te deseo que te hagan pedazos.



El capo del oeste les entregó marrones a toda la audiencia y dio la orden para el castigo de Larry.  Todos le brincaron encima como si fueran zombis hambrientos. Ellos no dejaron ni que le diera tiempo de gritar.  Sus marrones se bañaron en los sesos de Larry y cuando al fin terminaron, me miraron con ganas de hacerme pedazos.  Pero el capo del sur les ordenó a tomar asiento y me gritó en la cara:


— ¿Ves lo que le hago a los malditos como tú?  ¿Ves por qué soy “The Demon”? Nombre que tú cargas en tu asquerosa mano.  Un nombre que tú no deberías llevar.  Ahora pagarás tu grandísimo error con dolor.



Nuevamente, la audiencia comenzó a alborotarse y le pedían sangre.  Los escuchaba como dragones hambrientos que nunca se saciaban por sus estómagos grandes.  De repente, el capo bajó el dedo y me llevaron a una pequeña sala donde me estaba esperando un horno a todo vapor.



Las llamas se podían ver desde lejos y el calentón ya acariciaba mi cuerpo.  Ahí supe del gran error que había cometido.  Ni siquiera las oraciones de mi madre harían apagar ese horno.  Por eso me marcharé de este mundo sin conocer la verdad del supuesto Dios ese.  Sé que fui malo, pero los hay peores como por ejemplo, estos malvados que harían de mí una justicia que a ellos no les correspondía.  Bueno, ése es mi pensar.  Y si lo supiera, no me serviría de nada.  Si alguien me preguntara si la vida vale la pena ser el sujeto que fui, de inmediato respondería que no porque al final pagarás las consecuencias.  Si me voy al otro lado de la balanza con los buenos, eso sí que no se los podré responder. Solamente les puedo dejar una referencia: “Según mi madre, hay un paraíso para cada uno con las promesas del supuesto Dios, ése del que ella habla.”  Así que ustedes tendrán que escoger de qué bando están porque luego no hay marcha atrás.  Las llamas hicieron su trabajo de siempre y terminaron conmigo.

Amor Perdido
— ¿Quién eres tú? — Preguntó la mujer llamada Paola—. Todas las tardes cuando vengo a jugar en los columpios con mi hija, me percato que estás mirándome.  ¿Acaso te soy familiar?



Pero Martín no le respondió, sólo la miraba con sus ojos grises llenos de lágrimas con un rostro marchitado incapaz de expresar sus sentimientos que por décadas lo atormentaban. Ella volvió y le preguntó lo mismo pero esta vez acercándosele.



Martín retrocedió hacia atrás y se arrinconó contra un árbol de roble muy frondoso que usaba todos los días para cubrirse de los rayos del sol.  Inmediatamente se tiró al suelo y recogiendo unos cartones húmedos se cubrió de pies a cabeza.  Paola se llenó de tristeza al ver la reacción defensiva de Martín.  No le quedó más remedio que regresar a los columpios con su hija.  Martín explotó a llantos mientras veía a su amada hija Paola marcharse hacia los mismos columpios que él se pasaba horas durante la mañana limpiando esperando la llegada de ella y su nieta.



Martín en su vida pasada era un hombre muy bondadoso con los demás.  Le encantaba hacer buenas obras para Dios, como por ejemplo, ayudar a personas como él.  Se sentía muy alegre cuando uno de ellos le brindaba una sonrisa.  Esa satisfacción que corría dentro de su corazón, hacía que él se transportara a sus viejos tiempos cuando estuvo en el ejército y arriesgaba su vida por sus amigos sin importarle que una bala saliera de cualquier lado y traspasara uno de sus órganos y terminara con su vida.  Martín por muchos años estuvo sirviendo de médico al ejército de los Estados Unidos.  Cuando regresaba, compartía con su familia lo más que podía sin dejar de ejercer su profesión y de ayudar a los deambulantes. Era el mejor médico de la ciudad de Oregon.  Pero, un día de Halloween, donde la maldad reina, donde los corazones débiles se humillan ante la presencia del dios del pecado, donde las tormentas ejercen la destrucción del humano, donde los ángeles se le quitan la autoridad de ayudar a los humanos, donde el Dios soberano permite una tragedia para probar los corazones de sus hijos, así como probó el de Job.



Martín iba a ser condenado al dolor.  Iba a sentir parte del sufrimiento que sintió Cristo en la Cruz y la hora había llegado. Ese día Martín leía la Biblia con mucha intensidad.  Estaba a punto de terminar el libro de Job cuando su esposa e hijas lo interrumpieron entrando en la habitación para despedirse del. Inmediatamente sintió un escalofrío que acarició todo su cuerpo y al poco tiempo su semblante cambió a uno pálido.  Su esposa no tardó en darse cuenta y le preguntó:


— ¿Te sucede algo? Te noto pálido amor.

—Ehhh, no.  Estoy bien.  A lo mejor me ha bajado la azúcar.  Ya sabes, no es la primera vez—dijo Martín mientras caminaba hacia la ventana para abrirla.

—Ok, pero no me puedes negar que estás molesto—le expresó la peli roja de piel blanca y de cuerpo delgado abrazándolo por la espalda—.  Porque me voy a celebrar la noche de brujas con las nenas.

—Puede ser que sí pero qué más da.  Tú siempre haces lo que quieres—dijo regresando a su asiento—.  Además, tú sabes que eso a Dios no le agrada.

—Y vuelves con la misma canción.  Amor, ¿cuántas veces hemos traído el mismo tema?  Por favor, a mí no me gusta esas cosas y tú sabes que me da miedo.  Pero aun así te lo respeto y lo sabes—le recordó mientras se sentaba en su falda.

—Estela por favor, no salgas esta noche.  Siento que algo está mal y lo puedo sentir en mi corazón—le dijo poniendo sus manos en su mejilla.



Estela se levantó molesta y empezó a discutir hasta que salió de la habitación, pero antes, dejó que su esposo se despidiera de su hija mayor de cuatro años y de Paola, quien tenía un triste añito.  Las abrazó y las besó.  Luego miró a su esposa pero ésta no le devolvió la mirada.  Ella sólo se enfocó en arrastrar el coche donde estaba sentada Paola y halar por el brazo a su hija mayor.  Martín comenzó a llorar y con mucho desespero se movió hacia la ventana.  Viendo a su familia marcharse, se desplomó en el piso.



Mientras las horas pasaban, Martín no paraba de orar.  Le suplicaba a Dios que cuidara de su familia así como cuidó del en el ejército. Le pidió que las trajera de vuelta con bien, que se las devolviera con esa sonrisa de ángel que siempre tenían. Pero, la oración fue interrumpida por los timbrazos del teléfono.  Al otro lado de la línea, una voz gruesa dio la mala noticia.  Martín, con mucha angustia en su corazón, sacó una pequeña libreta de su camisa y apuntó la dirección donde había ocurrido el accidente. 



Luego salió corriendo hacia su carro y lo puso en marcha a toda velocidad. Cuando llegó a la escena, vio cintas amarillas alrededor del carro de su esposa. Intentó entrar dentro del círculo de la escena pero no se lo permitieron.  Dado a su comportamiento, los guardias y los paramédicos tomaron medidas y lo llevaron a una ambulancia donde le pusieron un tranquilizante que lo dejó dormido.


Horas más tarde despertó en el hospital preguntando por su familia. El doctor en turno que se había encargado de la pequeña Paola, le dio la amarga noticia.  Le explicó que su esposa y una de sus hijas habían fallecido.  Martín desde ese día no fue el mismo.  No pudo encargarse de Paola.  Su trastorno mental lo destrozó por completo y terminó siendo un deambulante loco que perdió todo.  O bueno, eso la familia de su esposa Estela y la del pensaba cuando llevaban a Paola al parque.



Martín vio todo el crecimiento de Paola desde lejos.  Vio lo bella que se había puesto.  Vio lo hermosa que se veía caminando agarrada de manos de su primer novio.  Vio toda su maternidad cuando se sentaba en el columpio a recordar su niñez para luego sacar de su cartera una fotografía de su familia y terminar llorando. Vio las primeras mecidas en el columpio de su nieta.


De vuelta al presente…


Martín se levantó y fue a donde su hija Paola y la llamó por su nombre.  La guapa de pelo negro y de piel trigueña se volteó de inmediato y contempló con sus ojos marrones la mano de Martín que se agitaba bruscamente de un lado a otro.  Ella también lo saludó y le preguntó cómo sabía su nombre.  Pero Martín se limitó a responderle.  Sólo sacó una fotografía de su pantalón y la puso en el piso y se marchó.



Paola se apresuró a recoger la foto y vio que era la misma que ella cargaba en su cartera.  Volvió y lo llamó:

¡Señor, regrese! Tenemos que hablar.



Mientras que Martín seguía dando pasos apresurados y lo único que levantaba era su mano diciendo adiós.  Cuando al fin logró salir del parque y se apresuraba a cruzar la calle, un carro lo impactó.  Paola escuchó claramente los chillidos de los neumáticos abrazar la brea caliente.  Cogió a su pequeña hija en sus brazos y se apresuró hacia la escena del accidente.  Cuando llegó, encontró a Martín tirado en la calle todo agolpeado botando sangre por su boca.  Paola llamó a la ambulancia y luego se arrodilló.  Tomó en sus manos la cabeza de Martín, su padre, y le dijo que todo saldría bien y que resistiera. Martín movió su mano ensangrentada y la llevó al rostro de Paola y le dijo tartamudeando que la amaba y cerrando sus ojos, Martín pasó a mejor vida.

MANNY
EL HIJO DE DIOS
¿A dónde van?  No lo saben.  ¿Quiénes son? Tampoco lo saben.  Sólo saben que nacieron para morir.  Morir, la palabra más temible en el razonamiento humano, pero la verdad del caso es que nacieron de un Dios Todopoderoso.


Hay personas que no creen en Él y odian su historia. Ellos están llenos de pecado y sus corazones están muy lejos de Dios.  Muchos de ellos son responsables de dañar con sus ideas patéticas a la humanidad, pero al fin y al cabo, cuando están en su encuentro con la muerte, se dan cuenta que muy pronto dejarán de existir.  Se dan cuenta que sus ideas repugnantes no le sirvieron para nada porque el nombre que es de sobrenombre seguirá vivo y seguirá conquistando las naciones.


Al fin y al cabo, tanto ellos como el pueblo de mi Rey, serán puestos en la balanza y entonces ahí se separa el hombre de su Creador.  Unos subirán y gozarán de las riquezas de mi Dios.  Otros irán al tormento eterno y desearán no haber nacido y no haber puesto a prueba sus enseñanzas falsas.  Cada cual tiene lo que siembra.


La tortura se aproxima y la tierra llorará por sus habitantes.  Gritará a gran voz que su Creador tenga misericordia, pero ya será tarde porque la maldad subió y se reunió con Él.  Ambos platicaron y llegaron a un acuerdo donde el que tiene la última palabra abrirá su boca y con la espada que saldrá de su lengua destruirá la humanidad.


Manny se quedó espantado con el ángel que se le apareció.  No pudo moverse. Sus piernas temblorosas se le habían congelado.  Ni siquiera su mandíbula hizo el esfuerzo de moverse para decir una sola palabra.  Sólo pudo mover su cabeza que recorrió todo el bosque.  Se dio cuenta que el ángel no andaba sólo que lo acompañaba unos ancianos que esperaban en una carreta dorada y que de ella salían querubines disparados al aire y se sepultaban en el cuerpo del ángel. Cuando el ángel abría su boca, ellos comenzaban a salir nuevamente.  Volvían a la carreta y así sucedió hasta que el ángel se despidió de su presencia.


Manny se desplomó.  Sintió como si hubiera cargado una gran roca en su espalda. Recorrió sus manos por todo su cuerpo para estar seguro que no le faltaba ni una sola pieza a su cuerpo flacucho. Luego recogió el balde de agua y se aproximó a su casa.  De repente cuando entró por la puerta, su madre le pegó un chancletazo en su cabeza y continuó por su espalda, mejor dicho, se llevó gran paliza.  Pero, para él había sido como si un mosquito lo picara.


La madre se detuvo sorprendida al no escuchar los gritos que solía dar y le preguntó por qué tenía esa cara.  El niño la miró con una sonrisa y movió su cabeza para todos lados como si sufriera un trastorno mental.  La madre lo agarró por los brazos y lo hamaqueó como si fuera un muñeco de trapo y le preguntó:

— ¿Sabes quién soy?


Pero el pequeño seguía en su viaje celestial.  Entonces, a la madre no le quedó de otra que pegarle una cachetada en la mejilla y ahí Manny volvió a toda velocidad de su viaje y le explicó todo lo que vivió en el bosque.  Pero, la madre no le creyó y le dijo:

— ¿Sabes por qué estás así como si fueras un loco?  Por estar jugando todo el tiempo con los pollitos del vecino.  De ahora en adelante no quiero que vayas allá.


Al otro día la madre lo volvió a enviar al bosque a buscar agua del pozo para lavar la trastera de la noche anterior.  Cuando llegó vio que sobre el pozo descansaba un joven muy hermoso de vestiduras blancas, de cabello rubio largo, de piel blanca, y ojos amarillentos. El joven parecía que estaba mirando para la nada y Manny lo trató de asustar.  Cosa que hizo que el joven se volteara para prestarle atención.

—Hola Manny— dijo con una sonrisa.

—¿Quién eres y cómo sabes mi nombre?

—Yo lo sé todo.  Conozco todo sobre ti y soy ése que castigará a la humanidad por sus pecados.

— ¿Qué es pecado? —preguntó con cara de atontado.

—El pecado es todo lo que está en mi contra.  Por ejemplo, el dinero.  No es malo tenerlo y compartirlo con los demás, al contrario, eso me agrada, pero si te haces rico y no lo compartes con los necesitados, eso hará que me enfurezca y haré que seas castigado.

—Pues mi familia y yo no seremos castigados porque somos pobres.

—Por eso le dirás a tu madre que no guarde dinero debajo de la cama porque le va a dar polilla.  Mas en cambio, tú ya eres rico.

— ¿Yooo, rico?  ¿Cómo, si mis bolsillos están vacíos? Mira.


El joven dio otra sonrisa y tomó al niño en su falda.  Lo acarició con un gran abrazo de oso y luego le dijo:

—A ti no te hablo de esas riquezas, sino te hablo de una que no se diseca.  De una palabra que es poderosa y maravillosa y desde hoy está en tu boca para que la difundas por los lugares que te llevaré.

— ¿Lugares, que tú me llevarás? Ahhh, lugares—le dijo todo confundido y mientras las horas pasaban, Manny y el joven guapo seguían platicando de todo lo que le iba a acontecer en su vida y de todas las promesas que Él le daría.


Manny llegó nuevamente a su casa y la madre ya estaba preparada para azotarlo. Pero cuando levantó su mano, se le disecó y cogió un parecido a una rama quemada, inmóvil.  Entonces Manny se echó a llorar al suelo al ver a su madre llorando de temor.


Inmediatamente Manny clamó al cielo y a su madre le volvió su brazo a la normalidad.  No esperó ni un instante y abrazó a su hijo…


Los días pasaron y la madre y su hijo predicaban del Dios viviente. Por todos lados muchos se convirtieron y otros no.  Entonces, esas personas que endurecieron su corazón hicieron que al pequeño se le llenara de tristeza su corazón y un día volvió el joven a aparecérsele y le dijo:

—No estés triste, Manny.  Ellos no te rechazan a ti, sino a mí.


Manny dejó de orar y volteó su cabeza con gran alegría.  Al ver al joven, corrió y lo abrazó.

— ¿Por qué ellos son así contigo si tú quieres lo mejor para ellos?

—Porque su corazón está puesto en los placeres de este mundo y prefieren hacer el mal que hacer el bien.  Pero acuérdate de las palabras del primer ángel cuando te dijo que yo abriré mi boca y entonces ellos sabrán que yo soy el Dios Todopoderoso.


Pero aún con esas palabras, Manny volvió a ponerse triste porque no quería que su Dios hiciera eso con los humanos y no fue hasta que llegó a la iglesia y vio cómo el padre de su amigo caía al piso y empezaba a botar espuma por su boca.  Los minutos pasaron y llegó el doctor, quien luego de varios segundos declaró muerto al hombre.  


Manny no sabía qué hacer porque estaban todos llorando encima del cuerpo y levantando su mirada hacia el altar vio a su amigo el joven hermoso con su sonrisa que le decía:

—Ve y órale.

Manny siguió las órdenes y el hombre revivió.  Pero revivió dando un mensaje poderoso del infierno.  El joven le aplaudió a Manny desde el altar y luego le dio una sonrisa mezclada con una guiñada y se sentó en medio del altar y Manny comprendió a través del mensaje del infierno que la humanidad tiene que obedecer a Dios y no al hombre y si no lo hacen, tendrán consecuencias.

Sacrificio De Sangre
Pascual Gutiérrez gozaba de una vida digna y lujosa de carros del año, ropa de última moda, prendas de todos los estilos, una casa grandísima, y una hermosa familia.  O sea, Pascual era el abogado perfecto.
  Su hija estudiaba en el mejor colegio de California.  Su esposa era otra abogada de alto calibre que trabajaba para el gobierno.  Pero, todo no podía ser perfecto, claro está.  
Un día Pascual estaba en un club con sus amigos y le apareció su hermoso y delicado pasado frente a sus ojos con una sonrisa en su miserable cara.  Pascual se quedó por unos segundos frisado, no pudo creerlo.  Ahí estaba Nemesio, su hermano menor, su pesadilla, su rompe cabeza, su dolor de muela…él era eso y mucho más.
—¿Es que no me vas a dar un abrazo?— preguntó extendiendo sus brazos.
—Jajajaja demonios Nemesio, qué cambio has dado. —Expresó luego de un trago—. ¿Cuándo saliste?
—Vamos Pascual dejémonos dé hipocresías —le afirmó con sus cejas inclinadas—.  Porque sé que a ti no te da nada de gusto verme la cara.
—Hombre como vas a decir una cosa así si tú eres mi hermanito del alma.
—No me digas eso que me dan ganas de llorar... Hipócrita ni una sola vez fuiste a verme a la prisión. 
—Nemesio, la distancia y el mucho trabajo, ya sabes.  Pero dime, ¿para que soy bueno?
—Para nada maldito imbécil, Sólo vengo a recordarte que estoy de vuelta y lo más importante, limpio.  Así que quiero mi dinero.
—Jajajaja... no tienes absolutamente nada.  Tu dinero se fue en los fiscales, abogados, y sobre todo en el juez.  ¿Por qué crees que te dieron una triste sentencia de 10 años?  Así que lo siento, pero si estás de vuelta y limpio como dices, trata de buscarte un trabajo honrado para que esta vez no te den cadena perpetua.
Cuando Nemesio salió afuera del club, sintió un alivio inmenso.  Su rabia pudo ser controlada por él mismo.  No necesitaba medicamento de ninguna clase como los que le daban en prisión y mucho menos un siquiatra, simplemente jugó con su hermano porque él sabía que su hermano no había hecho ni el mínimo esfuerzo por sobornar al gabinete del tribunal, sólo fingió como el gran miserable que siempre fue.
Pero el destino de la vida se iba a encargar de cobrarle todo el mal que él les había hecho a Nemesio y de seguro a personas que habrían depositado su confianza en él para luego ser torturado mentalmente en una prisión de máxima seguridad. 
Siguió caminando hasta llegar a una estación de taxis.  Allí le pidió que lo llevaran a un lugar donde vivía su amigo, el hombre que lo había  apostado todo por él a cambio de un trabajito en la prisión.
Su amigo, al poco tiempo, vio resultado y se puso muy contento.  Un día muy tarde en la noche decidió visitar a Nemesio en su propia celda. Su amigo lo felicitó por el trabajo bien hecho y de paso le mostró las cartas sobre la mesa de cómo iban a correr las cosas para él desde ese día en adelante. Nemesio, a la semana, recibió su primer paquete de coca a través de un guardia.  El guardia se encargó de pasarlo a una celda amplia y cómoda. Luego empezó a recibir visitas conyugales.  Y muchas cosas más...
—Que gusto saber que estás libre.  ¿Porque no me avisaste?  Sabes que hubiese enviado a recogerte...
—No te preocupes.  Si a nadie le avisé —expresó sentándose en un cómodo mueble de cuero. —No quiero quitarte mucho tiempo, voy a hacer una movida y quiero que esté al tanto.  Voy a mandar al infierno a Pascual.
— ¿Todavía sigues atormentado por tu hermano?  Hombre si es así, te doy un pequeño consejo, deja que la vida pase factura. —le propuso luego de encender un cigarrillo. 
—Además, dinero no te hace falta.
—Tú sabes que no es por el dinero, es algo más personal.
—Ok entiendo, pero sabes que yo puedo encargarme de ese asunto.
—Para nada, ese muerto es mío.
Nemesio sólo vino a buscar una buena arma y de paso proponerle unos planes que rondaban en su mente.  Le explicó con mucho detalle su movida para quedarse con los puntos de los rusos.  De conquistar toda el área oeste y ser los dueños.  Cosa que anteriormente no había dado fruto y eso ponía a su amigo un poco inquieto.   Al fin y al cabo el hombre depositó nuevamente su confianza en Nemesio.
Días después, Nemesio echó su plan a correr.  Estuvo pendiente a cada movida que daba su sobrina.  Él sabía que ese era el lado débil de su hermano y por ahí iba a romper la cuerda. Sólo esperó el momento correcto para presentarse frente a la chica.  Y esa era la noche cuando ella paseaba su perro. 
Justamente la hora había llegado.  Nemesio se estacionó casi al mismo tiempo que ella.  Ambos se desmontaron del vehículo al mismo tiempo, y la chica le dio una sonrisa tierna que Nemesio detuvo con un comentario entre diente «pobre sobrina, lástima que tengas por padre una basura».  
La joven empezó a caminar a su perro y luego de un rato pasó por frente de Nemesio quien se había sentado en un banquito a calcular su próxima movida.
—Oiga joven, ¿por casualidad es usted Violeta Gutiérrez?
—Sí, ¿por qué, acaso nos conocemos?
—Seguro que sí, pero usted no se acuerda de mí.  Soy su tío Nemesio.
—Nemesio—dijo la hermosa confundida. — Yo no tengo a ningún tío y si no dejas de molestarme llamaré a la policía.
Entonces Nemesio se olió que la cosa se podía salir de sus manos y decidió sacar su pistola.   Inmediatamente le disparó al perro de la joven.  Se volvió como loca encima de su perro y luego intentó correr, pero rápidamente fue alcanzada.  Nemesio no lo pensó mucho.  La tomó por pelo y la arrastró por el piso hasta montarla en el baúl de su carro.  Horas más tarde estaban en una casa de playa.  Un lugar que conocía muy bien.  Un lugar lleno de recuerdos y de secretos de su padre.  
Nemesio había amarrado los pies y manos de su sobrina a una silla junto con unos explosivos.  La miraba con lástima, pero luego le gritaba como un loco cuando pensaba en su hermano, y al terminar,  pegaba su cara junto a la de ella y se reía como un demente.
—No deberías gastar lágrimas en vano hasta que venga tu adorable padre.  Quien de seguro se pondrá muy feliz al verte de esta manera tan miserable, pero bueno, a lo que vine.
Nemesio hizo su llamada y su hermano aceptó el trato que se le sirvió al escuchar a su hija gritar.  Él mejor que nadie conocía a su sangre y sabía que no estaba jugando cuando le dijo que le daba una hora y que no se atreviera avisarle a la policía y mucho menos a su mujer. 
Pascual le había ofrecido hasta un millón de dólares en efectivo para que la dejara libre.  De repente todo quedó en silencio.  Volvió y le marcó pero salió el buzón de mensaje de voz diciendo «Hola, soy El Mago, el que te va a regalar un boleto al infierno si no llegas a tiempo y tendré que dárselo a la guapa que tengo frente».
— ¡Maldito!
Cuando Pascual llegó a la cabaña, su hija no estaba en la sala.  Sólo estaba sentado frente al televisor su hermano Nemesio y Pascual tuvo una gran oportunidad con su pistola que traía en mano pero su reflejo en el televisor lo delató y no pudo ejecutarlo.  Nemesio le había dicho que si disparaba, todo volaría en pedazos.
—Ella no tiene la culpa de mi error —le compartió tartamudeando.
—Valla, al fin has dicho una asquerosa verdad en tu vida, maldito miserable. —Dijo levantándose del suelo con un bate de béisbol—Pero, ¿porque mejor no cierras tu boca?
—Dime qué quieres que haga.
—Yo no quiero nada de ti—concluyó sus palabras dándole un batazo a Pascual en la mandíbula.
Su hermano voló por los aires con su quijada hecha pedazos.  Cuando calló,  Nemesio se le acercó y vio que no se movía. Seguramente estaba inconsciente.  Inmediatamente, sacó una jeringuilla llena de morfina y se la clavó en el pecho y le dijo riéndose:
— ¿Vez que bonito te ves ahora?  Pues ahora podrás ver el infierno arder frente a tus ojos.
Lo tomó en sus brazos y lo sacó de la cabaña y cuando estuvo retirado lo dejó caer en la arena. Mientras que Pascual trataba de suplicar cosas que ya no tenían vuelta atrás.
—Jajajaja sabes que no entiendo nada de tu idioma nuevo.  Pero tú sí me puedes entender claramente y sino, pues me entenderás a las malas.
Entonces Nemesio fue a su carro y sacó de su cajuela una moto cierra que en el camino fue encendida.
—Mira Pascual que regalito más bonito.  Pero todavía no la vas a enamorar hasta que veas la sorpresa.
Primero llamó al centro de emergencias y les informó lo que iba a hacer.  Después hizo estallar la cabaña, mientras que su hermano por otra parte empezaba a producir quejidos y a rogar por la vida de su hija, quien ya estaba volada en cantos.  Cuando al fin se levantó del suelo, la sierra abrazó sus piernas.  Nemesio se las amarró con unas tirillas para que no se desangrara y le dijo: 
—He sacrificado a mi sangre, pero con gusto, y si algún día me preguntaran el por qué, la respuesta Pascual es simple, la sangre no se traiciona ni por oro, ni por plata, ni por una mujer... 





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